Dumping político: la asimetría estructura global.

Regímenes con baja o nula alternancia acumulan capital económico y social a largo plazo.

En las últimas décadas, varios países asiáticos han demostrado una sorprendente capacidad para sostener políticas públicas de largo plazo con efectos visibles en desarrollo económico, innovación y hasta relativa cohesión social. China, Vietnam y Singapur impulsaron modelos de crecimiento estables. Mientras tanto, buena parte del mundo democrático —sobre todo en América Latina— parece atrapada en un cortoplacismo que erosiona la capacidad de construir consensos duraderos.

Esta asimetría podría entenderse como dumping político: una forma de competencia desleal entre sistemas institucionales. Regímenes con baja o nula alternancia acumulan capital económico y social a largo plazo, mientras democracias representativas deben rendir cuentas en ciclos electorales cada vez más fragmentados.

En algunos sistemas de partido único o hegemonía estable —como Vietnam, China o el Singapur del PAP—, la legitimidad se asienta en una suerte de “bono a futuro”: desarrollo a cambio de obediencia y falta de pluralismo.

En Vietnam, desde las reformas de 1986, el crecimiento económico ha sido sostenido, con pobreza por debajo del 4 %. Singapur es un modelo híbrido. Gobernado desde 1959 por el mismo partido (PP), ha alcanzado altísimos niveles de ingreso per cápita, infraestructura de clase mundial y baja corrupción.

Durante los años que viví allí, me sorprendió que muchos jóvenes talentosos resignaran experiencias en el exterior para permanecer en el sistema. El contrato social es implícito: meritocracia, bienestar y eficiencia a cambio de contención política. Jóvenes destacados son coptados por el PP y socializados en una forma de hacer política desde dentro.

El dilema es evidente: ¿cuánto puede sostenerse la eficacia sin pluralismo? ¿Dónde se traza la línea entre planificación estatal y autoritarismo tecnocrático?

En el otro extremo, las democracias deben gestionar simultáneamente política y campaña. Como advirtió Anthony Downs en 1957, los partidos no ganan elecciones para formular políticas, sino formulan políticas para ganar elecciones. En criollo: para gobernar, primero hay que ganar. Y eso impone lógicas de inmediatez.

Los diseños constitucionales democráticos combinan frenos y contrapesos, mandatos escalonados, y sistemas de representación. Están diseñados para moderar los impulsos del momento político. Lograr políticas públicas sólidas y duraderas exige capacidad de negociación y consenso.

En Argentina, la alternancia muchas veces destruye lo poco construido: de privatizaciones a nacionalizaciones, de subsidios a recortes. Brasil ha oscilado entre planificación estatal (PT) y ajuste o parálisis bajo otros gobiernos. ¿La arquitectura institucional del sistema democrático es un obstáculo estructural para articular políticas transformadoras sostenidas en el tiempo? ¿O simplemente la sociedad agrietada no consigue construir una acción eficaz?

Las consecuencias geopolíticas del dumping político son profundas. La competencia global ya no es solo comercial o militar: se libra en infraestructura crítica, telecomunicaciones, IA, soberanía tecnológica e I&D. Quien sostiene inversiones estratégicas a largo plazo define estándares y regula flujos globales. China exporta no solo bienes, sino estándares tecnológicos y dependencia logística a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Singapur, Vietnam o los Emiratos Árabes Unidos lideran en semiconductores, ciberseguridad o gestión hídrica gracias a una planificación estatal sostenida y centralizada.

En cambio, las democracias atrapadas en la lógica del corto plazo ven erosionada su inserción estratégica. Sin políticas de Estado, no hay desarrollo interno ni autonomía internacional. La inestabilidad política crónica se vuelve una forma de dependencia estructural.

La paradoja es que este desequilibrio no se resuelve “democratizando” regímenes autoritarios —algo poco probable en el corto plazo—, sino fortaleciendo la democracia como espacio de construcción de acuerdos sostenibles.

Se requiere un consenso intertemporal entre fuerzas políticas, empresariales y sociales, con objetivos largo plazo. Sin estrategia de país, las democracias seguirán perdiendo la carrera del desarrollo, no por falta de talento, sino por la imposibilidad de construir horizontes compartidos.

China promueve desde el Estado las disciplinas STEM. En EE. UU., las empresas compiten por un talento escaso en un sistema educativo desigual. Singapur con una planificación sostenida durante más de seis décadas ofrece vivienda, educación técnica multilingüe e inversión en universidades con vínculo directo al sector productivo. Como escuché allí: “el país de hoy fue planeado hace veinte años”.

Argentina necesita consolidar políticas que trasciendan mandatos. Esto implicaser creativos en la construcción de compromisos multisectoriales e intertemporales que den previsibilidad: leyes, convenios internos o tratados bi o multilaterales que blinden objetivos estratégicos. Y sobre todo, un mínimo de honestidad política: decir a dónde se quiere ir, con qué políticas y cómo enlazar industria, tecnología, conocimiento y gobernanza democrática.

Sin acuerdos que trasciendan los mandatos y conecten visión, política y producción, las democracias como la argentina seguirán gestionando urgencias con parches electorales, mientras otros países construyen su futuro.

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